La poesía del tango, que es probablemente la única manifestación musical popular de nuestro tiempo con letra formalmente argumentada, tiene sus precisas e ineludibles reglas de juego, de las que no es posible apartarse sin riesgo de incurrir en inautenticidad o desvirtuación de su definido e inconfundible carácter. Tales reglas de juego conforman una temática y una sensibilidad temperamental, inalienablemente propias del tango rioplatense.
No se trata, claro está, de estrictos cánones convencionalmente establecidos, los que habrán de conferirle fisonomía característica a la creación poética del tango. Las letras encierran breves relatos versificados, preferentemente sentimentales, nostálgicos o evocativos, dentro de un marco ambiental costumbrista. E incluso a veces, picaresco o risueñamente humorístico.
Pero estructurados originariamente para ser acoplados a la música del tango. Y para ningún otro género musical popular que no sea el tango. Porque inversamente, cuando a la música del tango se le pretende adaptar una composición poética standard, de esas que encajan indistintamente en cualquier género musical popular sin identificar a ninguno, nos encontramos lisa y llanamente, con que el pretendido tango deja de serlo. Y de ahí, pues, que siguen predominando con vigencia inalterable los clásicos repertorios poéticos del tango canción, que alcanzaron encumbrada celebridad entre los años veinte y los años cuarenta.
Ante tan peculiar y rigurosa preceptiva poética como la enunciada, nada mejor que aceptar que son muy pocos los auténticos creadores dentro de la composición literaria del tango. Desde luego, muchísimos menos son los nombres fundamentales de la poesía, que los de la música.
Observemos que esa ortodoxia formal que parecieran imponer las reglas de juego antes referidas, admite la natural renovación de formas de expresión y de enfoques conceptuales con proyecciones de incuestionable jerarquía literaria. Es decir que el tratamiento de una temática permanente e inamovible —la nostalgia en primer término la reflexión resignada frente al fracaso o al desencanto, la actitud desgarradora teñida de sereno escepticismo— que es premisa sustancial, abre definidas perspectivas estéticas en la dimensión poética de la letra del tango. Y por esa búsqueda de una versificación más literariamente depurada, transitaron consagratoriamente José González Castillo, Enrique Cadícamo, Francisco García Jiménez, Héctor Blomberg, Cátulo Castillo, Homero Manzi y José María Contursi. Y ese proceso de superación poética del tango, a nuestro juicio culmina con Homero Expósito. El más original, el más importante y el más representativo de los poetas del tango, a partir de la brillante generación del cuarenta. Y para siempre.
Orientó Homero Expósito su inventiva literaria consagrada a la canción popular, en la confluencia de dos actitudes poéticas temperamentalmente opuestas, pero igualmente admirables: el romanticismo nostálgico y evocativo de Homero Manzi, y el grotesco dramatismo sarcástico de Enrique Santos Discépolo. De tan sutil combinación estilística y temática sin proponérselo, logró Expósito definir una novedosa y originalísima modalidad de interpretación para la letra del tango.
Siempre en la búsqueda de una mayor dimensión poética, impuso una novedosa renovación formal de expresión, utilizando con singular destreza la técnica del verso libre. Y logrando además enfoques conceptuales de marcado vuelo literario. Pero, invariablemente se ha dicho, sobre la temática permanente, inalterable e inamovible —insistimos— que hace a la esencia propia del tango.
Las letras de Homero Expósito aparecen fuertemente atraídas por la versificación idiomática refinada.... Y corrobora esta observación, aquel distingo que hemos formulado reiteradamente entre el simple versificador o letrista que escribe exclusivamente para el acople de la música, y el poeta, cabalmente poeta, que escribe bellos poemas para ser leídos y también para ser cantados. Es esta la exacta ubicación de la labor literaria de Homero Expósito en el tango.
Convengamos, desde ya, que la letra del tango es esencialmente elegíaca, es decir la composición poética de género lírico y asunto decididamente triste.
Es el canto al bien perdido. Por eso con tanto acierto observa José Gobello que «el tango no se ha hecho para cantar lo que se tiene, sino lo que se ha perdido». Y por eso además, es sentimental y nostálgico. Que son las dos notas configurativas de su argumentación permanente. Si inversamente, por mero espíritu de renovación fuera alterado ese inamovible presupuesto temperamental del tango se caería inevitablemente en la desvirtuación del mismo. De ahí la elogiable autenticidad de la poesía argumental de Homero Expósito, definitivamente elegíaca.
Con su inagotable inspiración poética, ha logrado Expósito el encanto de revertir con evolucionado y original sentido literario algunos de los personajes, de las situaciones, de las circunstancias, de las leyendas, que hacen a la temática del tango. Es indudable que las expresiones artísticas son bellamente valiosas por su intrínseco contenido estético, pero con prescindencia absoluta del transcurso inexorable del calendario, que de ninguna manera puede ser la medida para la vigencia o la caducidad de determinadas manifestaciones de la inspiración creadora.
Consecuente con lo expresado en cuanto al carácter del contenido de la letra del tango, Homero Expósito incursionó en los temas arraigadamente consagrados, que le confirieron personalidad inconfundible a nuestra canción ciudadana. Así, por ejemplo, el drama aquel de la humilde muchacha de barrio que dio el mal paso, y que Samuel Linnig inmortalizó en los sentidos versos de “Milonguita (Esthercita)” y “Melenita de oro”, erigiéndola en heroína del tango, es recreado veinte años después por Expósito en “Percal”. Tal vez con otros nombres y otras influencias sociales, impecablemente revestida de renovada elegancia literaria.
Otro de los aspectos fundamentales que la obra de Homero Expósito aporta a la literatura de nuestra música popular, es su contundente aptitud de síntesis. Admirable aptitud de síntesis como sería exacto calificar. Esa aptitud de síntesis que tanto admiraba Enrique Discépolo, y no se cansaba de ponderar el acierto impecable aquel del tango “Percal”, en que todo lo expresan aquellos dos apretados versos que dicen: «te fuiste de tu casa / tal vez nos enteramos mal...». O cuando resume con natural simplicidad aquello de «Pobre piba, por tu error / ya hay muchos tangos». «Cómo me gustarían esas admirables observaciones de Expósito, para alguna de mis letras», expresaba Discépolo con emotiva sinceridad.
También algo revolucionariamente innovador en Homero Expósito, lo constituye el manejo de la metáfora. Entendiendo por metáfora la figura retórica por la cual se traslada o transporta el sentido de una palabra o de una frase a otra imagen mediante una elaborada comparación imaginativa. En la metáfora de vanguardia habría una inocultable raigambre lorquiana, tan frecuente en Homero Expósito. Acierto incuestionable en la tanguística de nuestro poeta, imágenes tan felices como «malevo que olvidaste en los boliches / los anhelos de tu vieja».
El 5 de noviembre de 1918 nació Homero Aldo Expósito en Campana, provincia de Buenos Aires. Hijo de Don Manuel Expósito. Un respetado y prestigioso comerciante de Zárate (ciudad cercana Campana y a la ciudad de Buenos Aires) que jamás ocultó, con su proverbial dignidad, que había nacido anónimamente en la Casa de Niños Expósitos, de la calle Montes de Oca en la ciudad de Buenos Aires. Allí comienza recién el árbol genealógico de los Expósito y el origen de su apellido.
Homero nació en Campana, en la casa de su abuela materna. Pero ya los Expósito estaban estrechamente arraigados al terruño. Tan es así que Homero siempre decía «soy un zarateño nacido en Campana».
Vivió la infancia en Zárate, donde cursó íntegramente la escuela primaria. A los seis años de Homero nació un hermanito, que se llamó Virgilio Hugo. Siempre juntos los dos hermanos en la historia del tango y de la vida. Juntos siempre anduvieron entre yuyos, cielo y verano. De esa unión fraternal provienen las inspiradas metáforas de “Naranjo en flor”, de “Farol”, de “Oro falso”, “Pobre piba”. Después nació otro Expósito. El tercero y último, que se llamó Luis María. Sin vocación literaria ni musical. Otro destino.
Entre rebeldías, rabonas, indisciplina escolar terminó Homero la primaria. Traía tal vez en la sangre su irrefrenable vocación cultural. Decía ya en plena celebridad autoral que «nadie puede escribir un tango si no sabe escribir un soneto».
Don Manuel Expósito humilde y honrado padecía el orgullo de la cultura, del conocimiento literario, del conocimiento histórico. Además de su próspero negocio de repostería y confitería, sabía el idioma inglés, taquigrafía, dactilografía y lecturas filosóficas densamente asimiladas. Dejando a un lado su declarada vocación anticlerical, decidió que Homero ingresara al prestigioso Colegio San José de Buenos Aires. Pupilo ejemplar durante los cinco años de su bachillerato, ordenó totalmente su conducta intelectual. Fue luego cadete del liceo militar. Y su ingreso a la Facultad de Filosofía y Letras, su gran vocación, cuya graduación interrumpió y reanudó muchas veces, abocado siempre a la impostergable necesidad de subsistir.
Las disciplinas culturales de su preferencia encontraron en Homero Expósito al estudioso despreocupado de toda consagración doctoral.
Cursó los ciclos universitarios a través de sucesivos abandonos y reanudaciones de los estudios superiores, hasta su muy próxima graduación. Logró una sólida cultura filosófica y literaria que siguió acrecentando permanentemente en su afán insobornable por las lecturas bien escogidas. Crítico erudito y ponderado, compartieron sus preferencias con equilibrado eclecticismo, los clásicos griegos y latinos, con las modernas corrientes literarias. Además el buen teatro fue inquietud apasionante desde su primera infancia. Fue organizador, director y actor de numerosas iniciativas de valor artístico en difundidos cuadros de teatro vocacional.
Llegó al tango con una sólida preparación literaria, que le permitió el tratamiento deivo de sus sólidos argumentos con admirable claridad anecdótica. Confesaba que le preocupó siempre el cuidado del lenguaje, logrando libertad absoluta en el empleo de las licencias idiomáticas del léxico corriente necesario. Decía que el impresionismo había invadido todas las formas de expresión, y no había motivo para que la letra del tango fuese una excepción.
Todo está comprendido en el padrón autoral de Homero Expósito. Todo. Desde la descripción del compadrón de “Te llaman malevo”, o la exquisitez poética de “Margo” y “Flor de lino”. Y desde la imagen temperamental de la gran ciudad enfocada desde la descripción estupenda de “Tristezas de la calle Corrientes”.
Viajando una vez en tren desde Zárate a Buenos Aires, Chupita Stamponi le propuso vincularlo al núcleo de jóvenes músicos ya consagrados en la orquesta de Miguel Caló. Así fue que con Enrique Francini, Armando Pontier, Domingo Federico, Osmar Maderna, Héctor Stamponi, su introductor, y su inseparable hermano espiritual Virgilio Hugo, alcanzó Homero una gran coincidencia creativa a través de formas concionísticas novedosas, y de incuestionable concepción renovadora del tango. Bien entendido, dentro de la temática y del temperamento invariablemente propios de nuestro tango, que caracteriza la fecunda obra de realización de la brillante promoción generacional del cuarenta.
Se inició Homero Expósito en la creación autoral hacia 1938. Su primer tango compuesto en colaboración musical con su hermano Virgilio Hugo Expósito, titulado Rodando, fue estrenado, sin ninguna trascendencia, por Libertad Lamarque en Radio Belgrano, acompañada por la orquesta de Mario Maurano.
La coincidencia creativa entre Homero y Virgilio Expósito, alcanza a todo un repertorio, originariamente compartido, y de vigencia permanente entre los más selectos del tango canción. Luego de aquel intrascendente “Rodando” del debut autoral, surge “Farol”. Y sucesivamente títulos que alcanzaron desde su presentación un lugar prominente en el género.
Virgilio Hugo Expósito es un brillante músico integral del tango. Pianista, inspirado compositor, director de orquesta, orquestador instrumental de brillante trayectoria. Debe reconocerse que a la labor de los hermanos Expósito debe la historia del tango uno de sus capítulos más interesantes y de permanente actualidad.
Algunos títulos fundamentales son “Naranjo en flor”, “Absurdo”, “Maquillaje”, “Chau no va más”, lo último que escribieron juntos. “Percal”, “Yuyo verde”, “Tristezas de la calle Corrientes”, “Al compás del corazón (Late un corazón)” (con música del bandoneonista Domingo Federico); con Armando Pontier “Trenzas”; con Héctor Stamponi “Flor de lino” (vals), “Qué me van a hablar de amor”. Con Enrique Francini “Ese muchacho Troilo”. Con Aníbal Troilo “Te llaman malevo”. Con Argentino Galván “Cafetín”, “Esta noche estoy de tangos”. Con Atilio Stampone “Afiches” y con Osmar Maderna “Pequeña” (vals).
Una de las más notorias excentricidades juveniles de Homero, siguiendo posiblemente la trayectoria comercial de su padre, fue hacerse bolichero. Instaló en el centro de Zárate un pequeño restaurante de menús selectos y legítimos vinos importados. Lo de Homero se denominó. Rotundo fracaso financiero a corto plazo. Concurrían los numerosos amigos a comer y a beber generosamente gratis, como en su casa, sin la menor intención de pagar. Y también los amigos de los amigos, provistos de igual caradurismo. Pensó Homero que la señalada falla comercial, se debía a la proximidad de sus amistades justamente en Zárate. Decidió cambiar de territorio. Se instaló en Mar del Plata (ciudad balnearia a 400 km de Buenos Aires). Exactamente en Punta Mogotes, en la esquina de las calles Falucho y Jujuy. El Sibarita se llamaba ahora, con una denominación más ambiciosa. Y una mayor catástrofe económica que la de Zárate. Siempre la legión de amigos gratis. No podía seguir. Se fundió. Perdió todo lo que tenía. Y quedó endeudado. Resolvió entonces poner fin a su descabellada aventura gastronómica. ¡Nunca más comerciante!
Liberado totalmente de su desafortunada aventura gastronómica, decidió Homero dedicarse a la atención de su repertorio autoral, que requiere una permanente vigilancia, más aún en pleno apogeo, en el momento más intenso de difusión en los años cuarenta. Ello implicaba viajar permanentemente de día y de noche, de Zárate a Buenos Aires, y de Buenos Aires a Zárate. Ya sea en tren, o en un antiquísimo automóvil en estado lamentable, sin capota, que cuando llovía manejaba Homero con una sola mano, sosteniendo con la otra un desteñido paraguas abierto para no mojarse. Todo esto con increíble naturalidad. Una tarde lo encontré muy fastidiado con Paco García Jiménez —siempre tan solemne— porque no le había aceptado a Homero subir al carruaje...
Cuando D. Manuel Expósito decide en 1945 vender su acreditada confitería de Zárate, Homero cada vez más saturado del trajín de los viajes, se radica definitivamente en Buenos Aires. Ahora consagrado a lo suyo, a la difusión de su exitoso repertorio. E ingresa en los círculos directivos de SADAIC (Sociedad Argentina de Autores y Compositores). Se incorpora a los grupos juveniles de autores liderados por el vigoroso talento de Homero Manzi, para remover y modernizar la vetusta estructura de la vieja sociedad. Diría entonces Expósito «zarateño nacido en Campana y definitivamente aquerenciado en Buenos Aires para la actividad autoral». Se trata de desplazar a los jerarcas de la hasta entonces administración canarista, aparentemente imposible de ser eliminada. Dura lucha que propicia lisa y llanamente la eliminación de Francisco Canaro para acceder a una nueva presidencia de SADAIC. Inmensa tarea, pero gran unidad entre las generaciones juveniles de autores y compositores. Y llega el momento de asumir la conducción autoral con definitivos criterios de una total renovación.
Integra Homero Expósito como tesorero, prestigiosos directorios en los años cincuenta. Como aquel presidido por Cátulo Castillo, con Julio De Caro, José María Contursi, Juan José Guichandut, Pepe Razzano, Manuel Parada, Ciriaco Ortiz, Vicente Demarco, Aníbal Troilo, Homero Expósito, Virgilio San Clemente y Armando Baliotti.
Transcurren años de intensa labor organizativa en SADAIC. Pero por diferencias tan frecuentes en el mundillo interno de los autores musicales, renuncia Expósito a la tesorería del directorio de SADAIC.
Y emprende de inmediato un postergado viaje a Europa. Anda, recorre, conoce, aprende, acrecienta su gran ilustración cultural. Europa. España, Francia. Nos encontramos en París. Compartimos días y noches interminables e inolvidables, guiados por el refinado conocimiento parisiense de Panchito Cao y Héctor Grané.
Definitivamente alejado de la actividad autoral, y del permanente patrocinio de su repertorio en presencia de los intérpretes creadores que elaboraran la celebridad de cuanto compuso talentosamente Homero Expósito, no se apartaba ya virtualmente de las inmediaciones de su amable departamento céntrico de la calle Lavalle, a una cuadra de SADAIC. Eludía encuentros callejeros, y motivos de evocación de toda una vida brillantemente consagrada a la música popular de la ciudad. Se fue apagando tenuemente la silueta vigorosa y comunicativa del poeta siempre querido y admirado.
Convengamos en admitir que la producción autoral de Homero Expósito conforma todo un ciclo de brillante e inspirada creatividad en la poesía del tango. Su forma de composición no tuvo continuadores. Contraste profundo acaso, con los músicos del tango, cuyas influencias estilísticas se han sucedido en todas las modalidades y en todas las épocas de su evolución. La inimitable originalidad de Homero Expósito constituye así un curioso fenómeno que contribuye a resaltar con más nítidos perfiles la sobresaliente personalidad creadora de este excepcional poeta popular de la ciudad, a quien nos atrevemos a considerar el gran poeta del tango.
Un día cualquiera, el 23 de septiembre de 1987, se nos fue Mimo Expósito, como cariñosamente le decíamos sus amigos. Mimo Expósito, el imaginativo poeta de «un arco de violín / clavado en un gorrión», se marchó en silencio. Lo mismo que Margo, la sufrida heroína de su bello poema, «sin canción y sin fe».
Originalmente publicado en la revista Tango y Lunfardo, Nº 74, Chivilcoy 12 de mayo de 1992.