Agrupación para la difusión de la obra del poeta, del barrio de Floresta, Don Enrique Dizeo y la de los poetas actuales.
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Blog dedicado a la memoria de Don Luis Trucco

martes, 15 de octubre de 2024

A 122 años del natalicio de Carlos Bahr.

 



El prolífico aporte que ha hecho a la literatura del tango Carlos Bahr a través de letras de tan valioso y variado contenido, hacen que su nombre se constituya en una cita obligada en la difusión del género. Tantas obras de impecable elaboración, realizadas con ideas claras y pulcritud literaria —en la mayoría de las cuales logró la exacta aleación entre arte y artesanía—, reactualizan permanentemente su nombre porque toda esa producción fue incluida en los repertorios de todos los conjuntos orquestales que llegaron al registro discográfico. Es más, casi todos los títulos que hemos extractado en la selección que acompaña este trabajo fueron grabados por varias agrupaciones a la vez, a las que se sumaron muchos intérpretes solistas. Y por esa simple y a la vez poderosa razón, la divulgación actual del tango —al tener que echar mano de esa caudalosa discografía— debe apoyarse indefectiblemente en el nombre de Carlos Bahr para el anuncio de muchísimos títulos. Su recuerdo, entonces, es obligado y permanente.


Sin embargo, poco se sabe de este autor que llegó a la poesía del tango por su prematura inclinación a la literatura, que, en los comienzos, derivó hacia el cancionero nativo, para después ser ganado por la música ciudadana. Sin estudios secundarios, su formación fue la del clásico autodidacta que en la lectura —efectuada desde chico sin orden y sin una adecuada orientación— fue encontrando igual los medios que su natural inteligencia estaba aguardando, hasta redondeara algunos conocimientos básicos para pulir su lenguaje, enriquecer su intelecto y estimular su vocación literaria . Ésta se había manifestado siendo muy jovencito, escribiendo algunos cuentos que no lograron interesar a nadie. Pero en su barrio —La Boca— había adquirido cierta aureola de joven intelectual y, junto a aquellos cuentos que nadie leía, quedaron además un montón de coplas que interpretaban las comparsas barriales en las fiestas de carnaval, versos que también el tiempo habría de cubrir de olvido. Éste debe haber sido el primer antecedente de su arrimo a la canción, que comenzó a afirmarse con algunos títulos a partir de 1936, para consolidarse en la famosa década del 40, a cuya plenitud y dignidad literaria contribuyó con el peso de su obra, que estuvo sustentada por una acentuada delicadeza expresiva, sencilla y directa, nutrida de imágenes y metáforas de genuino cuño popular.


Además, la diversidad temática fue notoria en Carlos Bahr, y aún más manifiesta por la fecundidad de su obra.


Pero sus asuntos predilectos fueron el amor y el tango mismo, a los que reflejó y recreó en distintas composiciones y con diferentes tratamientos, nunca alejados del vuelo romántico y todos llenos de sabor y autenticidad ciudadanos.


Alternó con todos los directores y compositores importantes de esa época, y vibró con ellos en igual sintonía espiritual, con el tango y con la ciudad de Buenos Aires, cuando ambos, tango y ciudad, fueron cronistas y testigos a la vez de una excepcional instancia del país («¡la Argentina era una fiesta!»). Todo a través de una concreta voluntad de superación estética encaminada a la jerarquización de los repertorios. A la cabeza de esa cruzada renovadora estaban entonces Homero Manzi, Homero Expósito, José María Contursi. Y aunque Carlos Bahr no estableció como ellos un estilo definido, su gravitación dentro del género y de esa generación fue incuestionable.


Carlos Andrés Bahr nació en Buenos Aires, en la calle Almirante Brown, pleno barrio de La Boca, en inmediaciones de la vieja cancha de River Plate (club de fútbol). Fueron sus padres don Augusto Bahr (alemán oriundo de Hamburgo) y Colette Dierken (francesa). Antes de Carlos Andrés, habían nacido dos hermanos, Guillermo y Emma.


El padre, marino, era propietario de un barco ballenero, y cuando se desencadenó la primera guerra mundial, en 1914, partió para Europa con su nave para ponerse al servicio de su patria. La partida fue lo último que se supo del marino. Supuestamente habría llegado a Hamburgo, pero ahí se perdió todo rastro. Su nieto, Carlos Alberto Bahr, ha realizado innumerables gestiones a través de la Cancillería y otros organismos, pero sin resultado positivo. ¿Torpedearon el barco? ¿Fue aceptado en la Armada Alemana? ¿Qué fue lo que ocurrió con este hombre y su nave? Un misterio que quedó en la familia y al cual ésta sigue procurándole una respuesta.


Este suceso resintió la economía hogareña, y los Bahr se mudaron a Bernal (suburbio de la ciudad de Buenos Aires). Carlos concluyó los estudios primarios y luego fue ganado por la calle.


Desempeñó algunas ocupaciones ocasionales; incluso estuvo en la escuela de máquinas de la Marina de Guerra. Pero la bohemia, la lectura y la literatura lo atraparon temprano. Dejó la casa y se aventuró en la calle, viviendo como podía y en donde podía, sin domicilio fijo, escribiendo siempre. Periodismo, teatro, poesía especialmente, pero sin ningún resultado trascendente. Y así, desordenadamente, fue formándose.


Leía con voracidad todo cuanto llegaba a sus manos y logró, con tenacidad de autodidacta, alcanzar un importante nivel intelectual (por su cuenta logró dominar tres idiomas: alemán, francés e italiano). De esa época de bohemia y juventud es la siguiente quijotada: cuando comenzó la guerra civil española, decidió irse a España para luchar en favor de la República. Llegó hasta Montevideo (República Oriental del Uruguay), donde pensaba embarcarse, pero no logró pasar la revisación médica, pues le detectaron una afección pulmonar y fue enviado de vuelta a su patria.


Después de este regreso es cuando comienza su firme orientación hacia la canción popular. Es a mediados de la década del 30, y al llegar el año 1940 se inscribe en la lista de los más destacados letristas del tango que jerarquizaron su literatura. Es también en ese tiempo que su vida comienza a ordenarse.


En Radio Porteña conoce a la cancionista Lina Ferro, vinculación que luego se extiende a un trato más asiduo en la Academia PAADI, de sus amigos Luis Rubistein y Fidel Pintos, donde Lina Ferro estudiaba. Al final, pese a la diferencia de edad —ella era bastante menor que él—, terminaron enamorándose. Se casaron en 1942 y se fueron a vivir al barrio de Almagro, en Medrano y Corrientes; más tarde se establecieron definitivamente en Pringles y Corrientes. De ese matrimonio nacieron dos hijos Carlos Alberto e Inés María.


Y una inexplicable contradicción. Pese a haber sido Carlos Bahr autor de una enorme producción, con un alto porcentaje de gran difusión y popularidad, no obtuvo de SADAIC (Sociedad Argentina de Autores y Compositores) nunca una retribución acorde con la importancia, en calidad y cantidad de esa obra. Para atender las necesidades de su familia tuvo que ayudarse siempre con otras actividades. Como también estuvo familiarizado con la entomología, fabricó y vendió personalmente cuadros con mariposas disecadas, comercializó porcelanas y otras cosas, en fin, permanentemente tuvo que ayudarse con ingenio, habilidad y perseverancia para vivir con decoro.


Posiblemente, el haberse ocupado con mejor disposición del destino de su trabajo, y acomodado un poco sus exigencias a la burocracia y a la política las cuales ha estado sometida siempre la gran institución recaudadora, le hubiesen reportado una mejor defensa por parte de ésta de sus intereses autorales. Pero este tipo de gestiones para Bahr —un hombre con estrictas normas de ética y de conducta— significaban, desde su óptica, una especie de renunciamiento a esos códigos. Y siguió produciendo y quedándose en casa.


Así fueron pasando los años, adaptado a la austeridad que le imponía una modesta jubilación y a las magras liquidaciones de SADAIC. Pero exteriorizando siempre la dignidad que caracterizó todos los actos de su vida.


Su vocación literaria, ya manifiesta cuando tanteaba otras disciplinas para las que no encontró el campo apropiado, lo fue arrimando paulatinamente hacia la canción popular. Con un bandoneonista de su barrio, Alfonso Gagliano, se inició con sus dos primeros títulos “Cartas viejas” (vals) y el tango “Algo bueno”. Esto ocurría por 1934 o 1935. Un año después, su vinculación con otro bandoneonista Roberto Garza (José García López), le hizo tomar más confianza y seguridad. Con él compuso su primer éxito, el tango “Fracaso”, que llevó al disco Mercedes Simone el 21 de abril de 1936 («Llevao por un ansia que quiere ser muerte/ castigo mis noches con vago ademán,/ y fallan mis manos que buscan perderte/ porque en cada impulso te vuelvo a encontrar»).


Este acercamiento a Roberto Garza —entonces integrante del conjunto que secundaba a Mercedes Simone— fue el peldaño donde pisó fuerte Bahr en sus primeros intentos. A “Fracaso” le siguió otro tango, “Maldición”, siempre en yunta con Garza, del cual La Negra Simone dejó un buen registro el 1 de septiembre de 1936. Hasta que en l938 Bahr obtuvo el primer premio en un concurso de milongas organizado por SADAIC, con una obra compuesta con el bandoneonista José Mastro (José Mastropietro), titulada “Milonga compadre”, que llevó al disco Pedro Laurenz, el 15 de mayo de 1938, con la voz de Juan Carlos Casas («Me largó un candombero,/ me agarró un mayoral,/ y entre blancos y negros/ aprendí a milonguear»).


Cuando arranca la famosa década del 40 comienzan también los títulos consagratorios de Carlos Bahr. Uno tal vez, en el pique de esa primera hornada, podría ser “Desconsuelo”, un tango con música de Héctor Artola, bandoneonista y director al cual estaría asociado en muchos éxitos (“Precio”, “Tango y copas”, “Gracias”, “Marcas”, etc.) Seguirá toda la década produciendo impactos a granel, conectado con los más importantes compositores y muy cerca de los músicos de las más importantes orquestas, junto a los cuales irá produciendo sus trabajos más trascendentes. De todas esas vinculaciones la más estrecha posiblemente haya sido la que mantuvo con el grupo de Miguel Caló, con cuyos integrantes alcanzó no pocos sucesos: “Mañana iré temprano”, “Pecado”, “El mismo dolor”, “Canción inolvidable” (Francini); “Cada día te extraño más”, “Corazón no le hagas caso”, “Cuando talla un bandoneón” (Pontier); “Caricias perdidas” (Stamponi); “Valsecito”, “Con la misma moneda” (Caló); “De vuelta”, “Estás conmigo”, “Como una de tantas” (Carlos Lazzari); “Sin comprender”, “Siempre”, “Quise ser un Dios” (Nijensohn); “Cosas del amor” (Domingo Federico).


De ese acercamiento a la orquesta de Miguel Caló —entre otros tantos éxitos que se dieron a conocer a través del conjunto y en ese tiempo—, quedó uno como modelo de lo que es un tango canción. Me estoy refiriendo a “Mañana iré temprano”, cuya música pertenece a Enrique Francini. Esta hermosa melodía del entonces primer violín de la orquesta de Caló, tan sentida, tan pulcra, tan dolida podríamos decir, encontró el tratamiento literario en Carlos Bahr que su bellísima profundidad reclamaba. La sugerencia de esas notas era de tristeza y no podía recibir el aporte de una historia que no respirara el mismo clima. La obra, tan estupendamente concebida, llegó al disco el 10 de agosto de 1943, y contribuyeron a su exaltación otros dos factores. Primero, el admirable arreglo instrumental de Osmar Maderna, con amplio lucimiento de los tres instrumentos básicos de la orquesta de Caló: bandoneón (Armando Pontier), violín (Enrique Francini) y piano (Osmar Maderna). Y segundo, la magnífica interpretación vocal de Raúl Iriarte, que dio con el énfasis justo para expresar esa historia. Nada de desbordes dramáticos ni de acentuaciones lloronas, tentación a la que podrían haberlo inducido los versos. Sin embargo, la angustia y la aflicción del protagonista fueron expuestas únicamente por intermedio de la voz.


Esa versión de “Mañana iré temprano” fue, es y seguirá siendo un clásico de nuestra música popular. Existe, además de la versión de Julio Sosa, otra importante grabación de esta composición a cargo de la orquesta de Osvaldo Fresedo, con la voz de Oscar Serpa.

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